¿Qué vas a escribir de Bonanza?,
me pregunta alguien.
No, esta es una entrada antigua
de hace unos años, que he decidido recuperar para aquellas personas que no lo
hayan leído, aunque de Bonanza da igual lo diga, si sabes que lo que haga lo
voy a hacer con cariño, porque Bonanza es para todos los que en ella hemos
vivido como nuestra madre, un poco cursi me ha salido, que de vez en cuando nos
da un poco de lata pero que no podríamos vivir sin ella.
Durante la niñez Bonanza era un
lugar maravilloso, o por lo menos ese es el recuerdo tengo. El recuerdo de un
sitio donde los niños podíamos jugar tranquilos, porque nadie nos reñía y
apenas pasaban coches. Mi calle era toda de arena que nos poníamos comidos de
mierda, con el enfado de nuestras madres, pero que nos permitía gozar de la
libertad que todo niño necesita, con una bombilla de pocos vatios en medio que
alguien había puesto y que para poder jugar de noche debíamos estar debajo
mismo de ella.
¡Están podando las moreras!. Que
podaran las moreras era todo un acontecimiento en el barrio y los niños íbamos
rápidos en busca de la mejor rama que raspada con un cristal y con media
botella de plástico, de las de los antiguos aceites "ACA", nos
llevase a las maravillosas aventuras de zorros justicieros, romanos con capas
de cortinas o espadachines de películas fascinantes que ponían los domingos por
la tarde en el Seminario, Colegio de los Maristas, previo pago del duro
correspondiente, ¿o eran diez reales ?. Nunca he visto en mi vida ramas tan
bien peladas.
Era obligatorio dejar sin rascar la parte final de la vara que
serviría de puño de la espada y en donde teníamos que introducir la grasienta
media botella, aprovechando el gollete para que encajase. A mí nunca me
salieron muy bien esas espadas y además no era un gran espadachín. Para los más
jóvenes, seguro que se lo habrán contado sus padres cincuenta veces, me creo en
la obligación de contarles que las moreras no sólo estaban en la plazoleta,
sino que cubrían todas las calles de Bonanza y la carretera, llegando hasta el
Pino. Estas moreras, que alguien me cuenta que la pusieron por el deseo de
intentar fomentar la crianza del gusano de la seda en la ciudad, por lo visto
con no mucho éxito, daban mucha sombra y permitía a los niños subirse a coger
moras blancas, demasiado dulces, negras y coloradas, las que más me gustaban.
Claro que también daban bastante suciedad en otoño. Cuando Bonanza permanecía
durante un par de meses cubierta de hojas secas que se mezclaban con la tierra
de las calles y otro problema era que más de uno terminó con algún hueso roto
por el deseo de llegar a lo más alto y trepar como un mico. Las moreras se
perdieron a finales de los años setenta, cuando comenzaron a urbanizar, aunque
el centro de Bonanza tiene la mejor urbanización de toda la ciudad, las calles
y no hubo más remedio que arrancarlas para que el hormigón, el asfalto y las
farolas hicieran del barrio un lugar más cómodo y habitable, aunque los niños
saliéramos perdiendo con el invento, claro que a nosotros no nos preguntaron.
¿Otro día nos contaras otras
historias ?.
Quizás un día de estos os cuente
la cantidad de pinos que había donde hoy no hay ninguno, los cerros que estaban
donde hoy varias lagunas de agua y basura no nos recuerdan nada lo que fue y la
cantidad de meriendas de pan con chocolate que nos comimos entre la
charambusca, que en realidad dicen que son charamusca, pero aquí siempre las
hemos conocido así; las matas de sabinas, la juniperus thurifera, y algún que
otro gusarapo. Pero eso será otro día.
Esta foto es de una de las pocas moreras que aun queda en Bonanza.
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